Si pudiéramos mirar la piel al microscopio durante los meses de junio, julio y agosto, veríamos una historia muy distinta a la que se cuenta frente al espejo. Bajo la superficie, ocurren cambios profundos que alteran su equilibrio, su función como barrera protectora y su microbioma natural (sí, esa comunidad de bacterias buenas que la mantiene sana).
Los días de playa, la exposición al sol, el aire acondicionado, el sudor… todo deja huellas. Y no hablamos solo del bronceado: hablamos de estrés biológico real que tu piel debe gestionar en silencio.
Con la ayuda de Chiyoung Kang Park —Medical Marketing Specialist en ISDIN—, te explicamos qué ocurre exactamente con tu piel en verano y por qué cuidar de ella va mucho más allá de echarte fotoprotector solar.
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Radiación UV: cuando parece que no pasa nada

Después de meses de frío, el sol se siente como un premio. Te levantas, hace calor, sales ligera, con esa sensación deliciosa de que la piel respira y el cuerpo se estira. Los días son más largos, más vivos, más fuera. Pero, aunque no lo veas, la radiación UV ya está dejando huella, y no precisamente buena.
A veces, con las prisas, pensamos que no pasa nada si no nos ponemos protector solar. “Solo voy a salir un momento”, “voy a estar más dentro que fuera”, “hoy no hace tanto sol”. Parece inofensivo, ¿no? Lo cierto es que esa exposición diaria, acumulativa, es lo que marca la diferencia:
- Daña el ADN celular, acelerando el envejecimiento prematuro (fotoenvejecimiento).
- Estimula la producción de melanina, lo que puede llevar a la aparición de manchas solares.
- Altera tu microbioma cutáneo, reduciendo bacterias buenas y dando paso a las que provocan brotes o inflamación.
- Induce radicales libres: pequeñas moléculas inestables que rompen fibras de colágeno y elastina, haciendo que pierdas firmeza y aparezcan arrugas.
Y dependiendo del tipo de radiación, el daño puede variar, Chiyoung nos cuenta más sobre ello: “La radiación UVB es la principal responsable de los daños a corto plazo, como las quemaduras solares, ya que impacta de forma más superficial. En cambio, la UVA penetra más profundamente y es la causante de los daños a largo plazo, como el fotoenvejecimiento y el cáncer de piel”.
Calor en la piel: un factor silencioso
Y si el sol es uno de los grandes protagonistas del verano, el calor es su cómplice silencioso. Mientras tú disfrutas de un helado o una siesta bajo el ventilador, tu piel está trabajando sin parar para adaptarse. Y muchas veces, no puede con todo.
Cuando sube la temperatura, también se acelera la actividad de las glándulas sebáceas. Es decir: más sebo, más brillo, más riesgo de poros obstruidos y brotes. El calor también provoca vasodilatación, haciendo que los vasos sanguíneos se expandan. ¿El resultado? Las pieles con rosácea o sensibilidad pueden enrojecerse más fácilmente y sentirse reactivas.
Pero eso no es todo, como nos dice Chiyoung: ‘’el calor puede alterar la función barrera de tu piel, esa capa que te protege del mundo exterior’’. Y cuando esa barrera se debilita, aparece un fenómeno silencioso pero real: la pérdida transepidérmica de agua.
TEWL o cómo tu piel pierde agua sin que te des cuenta

“La TEWL es un proceso completamente normal y necesario”, explica Chiyoung. Se trata de esa pérdida constante de agua que ocurre a través de la capa más superficial de la piel: el estrato córneo. Y aunque forma parte del equilibrio natural del cuerpo, es uno de los grandes desafíos invisibles del verano.
Históricamente, este fenómeno se ha usado como un indicador clave de la salud de la barrera cutánea. De hecho, alrededor del 30 % del agua del cuerpo está en la piel. Y cada día, una parte se escapa para adaptarse a los cambios del ambiente. “Es la cantidad de agua que se pierde por cada área de piel desde la capa superior”, detalla.
El problema empieza cuando ese equilibrio se rompe. El calor extremo, la exposición solar, el viento seco o el aire acondicionado —todos típicos del verano— pueden intensificar este proceso y deshidratar la piel desde adentro, incluso si estás sudando. Cuando pasa, lo notas: la piel se siente tirante, más frágil, a veces se apaga o se escama sin razón aparente. Es una señal de que la barrera está debilitada y no está reteniendo lo que debería.
Así cambia tu microbioma cutáneo en días de calor

Cuando la piel se deshidrata y su barrera se debilita, el ecosistema que la protege también sufre las consecuencias. Y ese ecosistema tiene nombre: microbioma. En verano, muchos de nuestros hábitos cotidianos pueden desajustarlo sin que nos demos cuenta.
‘’Nos duchamos más, usamos geles agresivos, exfoliamos en exceso o sentimos la necesidad de quitar el sudor varias veces al día’’ cuenta Chiyoung. Todo eso, aunque parezca inofensivo, afecta a la red de microorganismos que vive sobre nuestra piel y que actúa como una defensa natural.
“La piel está colonizada por una gran diversidad de microorganismos que viven en armonía con nuestro cuerpo”, nos explica. Pero cuando esa armonía se rompe, la piel lo nota: brotes, irritaciones, sensibilidad… incluso sin una causa clara. También pueden aparecer molestias como la foliculitis después de depilarse o sudar en exceso.
Porque tu piel, en verano, no solo cambia por fuera. También lo hace por dentro. Por eso no se trata de lavarla más ni de buscar ese gel “ultrafresco”. Lo que tu piel realmente necesita es una rutina que respete su ritmo natural: limpiadores suaves, fórmulas calmantes e hidratación adaptada a tu tipo de piel.

Sudor, fricción, humedad: lo que tu piel atraviesa sin que te des cuenta
Y como si todo lo que hemos visto no fuese suficiente, hay una última cosa que Chiyoung quiere que tengamos en cuenta: la fricción constante, el sudor acumulado y la humedad atrapada. No se ven, pero se sienten. Y pueden ser el detonante final de ese picor, enrojecimiento o sarpullido que llega sin aviso.
El sudor, por ejemplo, no es solo agua. Contiene sal y ácido láctico, y en exceso puede irritar, alterar el pH y provocar sarpullido por calor. Además, la combinación de humedad, calor y oclusión (como cuando llevas ropa muy ajustada o sintética) crea el escenario perfecto para que proliferen bacterias y hongos.

La piel, al intentar compensar, se sensibiliza. Puede arder, picar, inflamarse o simplemente sentirse incómoda. Por eso, el enfoque de cuidado en verano no debería ser extremo ni agresivo. ‘’Lo ideal es apostar por la protección constante: fotoprotectores de amplio espectro todos los días (aunque esté nublado), limpiadores suaves con pH equilibrado, hidratantes con ingredientes como ceramidas, ácido hialurónico o niacinamida, y, por supuesto, evitar la exposición directa al sol en las horas más intensas’’ nos dice Chiyoung.
Descubre la rutina corporal de verano ideal: 4 pasos sencillos para proteger tu piel del calor, la humedad y todos esos factores invisibles que la desequilibran.
Porque sí, el verano está para disfrutarlo. Pero también para escuchar lo que tu piel necesita… incluso cuando no lo dice en voz alta.
Artículo escrito y revisado por:
Belinda es periodista y copywriter creativa. Tras años de experiencia, decidió fusionar sus habilidades de escritura con su amor por el skincare, convirtiéndose en una especialista en la materia. ¿Su imprescindible? Un buen bálsamo de labios.

Chiyoung Kang Park
Chiyoung es una farmacéutica con una gran pasión por la cosmética. Graduada también en ADE y con un Máster en Dermofarmacia y Cosmética, une su pasión por el deporte al aire libre con el cuidado de la piel. Siempre activa, vive y aprecia ambas culturas hispano-coreanas, fusionando sus conocimientos y raíces en su vida profesional y personal.